lunes, 11 de agosto de 2008

Boceto de la construcción de un túnel para expresar amor romántico.





Sigo pensando que enamorarse es mala cosa.
Nosotros los humanos no sabemos expresar el amor romántico.
Ese enamoramiento, plagado de explosiones límbicas, de colores vivos, es como un tubo de conexiones neuronales, obsoleto, una majadería descontinuada, construida a partir de pedacitos de sentimientillos delicados, temblorosos, sucios, de materia blanda, de sables laxos.
Estamos dentro de una cúpula interna, y con un telescopio almático* apuntamos al exterior y vemos brillante el arquetipo ese.
Lo queremos reproducir, y a mazazo limpio, y con pegamento de mocos, rejuntamos pedazos de cosillas que sentimos: necesidad de ser necesitado, posesión, un pedacillo de sexo, un fragmentito de celos, un tiestillo de felicidad, un medio concepto de futuro, un bocetillo de familia, y una sarta de etcéteras. Tapamos los huecos con una mezcla bioquímica apestosa a endorfinas, que se produce por la misma argamaza, previamente echada en una mezcladora, que ostenta la marca “culturización inside” y es anunciada en alguna página web, en la televisión, en los librejos de Paulo Cohelo, o en las canciones cursis.
Hacemos el tunelejo ese y por ahí danzamos alegres diciendo: Estoy enamorado, y expreso el amor…
Lo raro de esos túneles, y a su vez, lo más macabro, es que por ahí mismo puede pasar el odio más sincero, más loco.
¿Somos raros verdad?



Pablo Pérez Sibaja
10 de Agosto del 2008