martes, 15 de septiembre de 2009

Ayer me persiguió la oscuridad.


Ahí vas, respirando, mirando hacia abajo, queriendo no tener que escuchar los ruidos atmosféricos, de esa acera tan ansiada, pesadamente caminas lo más rápido que puedes, y mientras aplastas los adoquines vaporosos te preguntas si existen los finales felices, y si existen los finales, cuando no hay realmente un principio, si las decisiones y las experiencias que has tenido realmente han ocurrido en el orden de un principio y un final, y te haces semejantes preguntas, porque sientes, estar entrando a otro lugar, a una nueva esfera, como si hubieras cambiado de escenario, y existiera un incierto mundo develándose ahora, se muestra ahí adelante, justo donde debes llegar.
Sientes a la muerte detrás, pero detienes ese pensamiento de inmediato, lo que darías por tener tus audífonos, y escuchar la música amordazadora de los necios pensamientos, pero como las traidoras pilas murieron, entonces tarareas alguna letrilla, y le pones más atención a la luz fría de los faroles intercalados, a la neblina icónica del Támesis, y al gigantesco reloj que se cierne, y por supuesto, los adoquines continúan inevitables, y tal vez hayan muchos a tu paso, pero no lo sabes, y no quieres darte la vuelta, porque solo pensar en darte la vuelta, recuerda a la muerte tras de ti.
Ahora piensas en ese miedo atravesándote el pecho, desde atrás, conectándose con la muerte, ya se acabó la cancioncilla tarareada, y te parece interesante estar pensando el miedo, en vez de sentirlo, y caes en cuenta por dos segundos, que lo mismo haces con la lujuria, maquillándola con amor pensado, en extremo digerido, etiquetando las experiencias como una filatelista obsesiva, arrancándole cada recuerdo al olvido, creyéndote dueña de eso.
Y otra vez la muerte y otra vez el miedo. Te acomodas el abrigo, y tal vez una lágrima furtiva se asome hacia el vacío, pero la matas en tu barbilla, con un rápido reflejo.
Sientes arrastrar una historia, forzándola a nacer, arrancándosela al aire, pensando, clasificando, estrujando.
Pero de pronto decides, permitir a las cosas seguir su curso, permitirle a la neblina sorprenderte, dejar que ese frío te engulla, dejarte ser sorprendida, y por un instante, te haces amiga de la muerte.
Tus tacones empiezan a hacer eco, y los faroles del camino se apagan a tu paso, brevemente perseguida por la segura oscuridad, se dilatan tus verdes pupilas y en un movimiento brusco te detienes y miras hacia atrás.
Y te das cuenta, que aun no conoces Londres, ni conoces finales felices, ni tampoco aquella historia de amor.


PPS
17 de Marzo del 2007

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