viernes, 5 de enero de 2018

El segundo intento de Enero y las Ganas.

Esa noche a diferencia de las anteriores, estaba más bien fría.
O tal vez, al borde del puente, y con la decisión tomada, su cuerpo así lo percibía.
No había lágrimas  ni sensaciones contradictorias que valga la pena mencionar, ni marejadas de recuerdos, ni las cosas que se supone, pasan en este tipo de situación.

 Enero, estaba ahí sosteniendo ese bulto adormilado que se enrollaba alrededor de sus ojos, esa máscara de inútiles decisiones sin tomar, de mil cosas sin hacer, sabiéndose engañado de haber tomado muchas decisiones, y hecho muchas cosas, encontraba ahora la estafa sin precedentes de la que había nacido víctima. Hace unas pocas semanas atrás, él era el dueño de todo.
             La búsqueda de la verdad, lo había llevado a leer mucho y comprender poco, de pellizcar por aquí y por allá conocimientos entregados hace miles de años por muchos diversos maestros espirituales, y se creía poseedor de ese conocimiento, de un grano de verdad, de una vaga respuesta a la vida y a la muerte, a la existencia, a la relatividad de la realidad, a la no importancia de la materialidad que lo rodeaba.
Tanto así, que siguió su vida de rutinas desatendiendo eso que él mismo llamaba su camino.
Se vendió al reposo, a la vida de ocho a cinco, y de seis a una, y luego de ocho a cinco otra vez.
Reduciendo su existencia a los fines de semana y las horas de almuerzo, se empezó a entregar a la marea, perdiendo poco a poco lo que Hesse llamaba la marca de Caín, distintivo invisible de los rebeldes, de los seres inquietos y “especiales”, la cual lucía orgulloso en su frente.
Ya no había nada de aquello.
Ahora ahí, parado al borde del puente, algunos pensamientos aletargados escalan a su entendimiento. Uno de ellos, un tanto amargo e irónico, le presentaba el recuerdo de haber experimentado un fenómeno de iluminación.
Siempre había creído que la iluminación era una sensación agradable, un salto a la plenitud, un roce con el universo, y ahora, sabía lo insoportablemente abrumador de un pequeño destello de la supuesta “Verdad”.

            Síntomas de depresión, le habían dicho. Qué simple es todo con los psicólogos. Un proceso de las neuronas y los neurotransmisores,  complicado y no probado del todo, provocaba eso. Claro, los síntomas calzaban a la perfección. Y una medicación podría ayudar, pero el sabía que había encontrado algo, que había visto el otro lado de la moneda, y el precio era resolverlo o morir en el intento como ya había decidido.
            Había perdido un buen trabajo, por faltar, porque se entregó al sueño crónico, a no comer, a las sábanas. Su mirada quedaba fija en la pantalla del televisor por horas y horas.
            Comía muy poco, y fumaba exageradamente.
Pero aun y cuando puede observarse muy sencillo y hasta trillado, la característica de comportamiento de Enero, profundizando en ella existía una sutil particularidad.
El sabía qué era lo que ocurría, porque como dije antes, había sido iluminado.
Esta iluminación le reveló como operaba en su vida “las ganas”.
            En retrospectiva, se observó encerrado, en su cuerpo, en su mente y en sus emociones, las vio literalmente como se ve una maquinaria compleja, funcionando arremolinadamente sin orden alguno, cuando una de ellas gritaba con más fuerza, surgían “las ganas” de hacer algo, moverse, levantarse, comer, fumar, tener sexo, alegrarse, deprimirse, trabajar, escribir, dormir. Y entonces arrastrado, se sentía moverse, y ejecutar lo que “las ganas” le dictaban.
            Estaba atrapado, sin un ápice de voluntad, pues en esa maquinaria descoordinada, veía a esa voluntad lejos, muy lejos, sin lograr integrar de forma redentora, alineando armónicamente la masa informe.
            Después de ésta visión alarmante, nada importaba.
            Tal vez pudo haber acabado todo, tal vez todo pudo haber recomenzado, también era posible, que todo siguiera igual al estrellarse contra las piedras del precipicio, tal vez simplemente pudo llegar a la conclusión, de que la macabra ilusión, que era su vida, podía cambiar con un milagro. Pero nada de esto ocurrió: saltar al abismo no iba a ser posible simplemente porque no le dieron ganas.

Pablo Pérez Sibaja
2007



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