El segundo intento de Enero y las Ganas.
Esa noche a
diferencia de las anteriores, estaba más bien fría.
O tal vez, al borde del puente, y
con la decisión tomada, su cuerpo así lo percibía.
No había lágrimas ni sensaciones contradictorias que valga la
pena mencionar, ni marejadas de recuerdos, ni las cosas que se supone, pasan en
este tipo de situación.
Enero, estaba ahí sosteniendo ese bulto
adormilado que se enrollaba alrededor de sus ojos, esa máscara de inútiles
decisiones sin tomar, de mil cosas sin hacer, sabiéndose engañado de haber
tomado muchas decisiones, y hecho muchas cosas, encontraba ahora la estafa sin
precedentes de la que había nacido víctima. Hace unas pocas semanas atrás, él
era el dueño de todo.
La búsqueda de la verdad, lo había llevado a
leer mucho y comprender poco, de pellizcar por aquí y por allá conocimientos
entregados hace miles de años por muchos diversos maestros espirituales, y se
creía poseedor de ese conocimiento, de un grano de verdad, de una vaga
respuesta a la vida y a la muerte, a la existencia, a la relatividad de la
realidad, a la no importancia de la materialidad que lo rodeaba.
Tanto así, que
siguió su vida de rutinas desatendiendo eso que él mismo llamaba su camino.
Se vendió al reposo, a la vida de
ocho a cinco, y de seis a una, y luego de ocho a cinco otra vez.
Reduciendo su
existencia a los fines de semana y las horas de almuerzo, se empezó a entregar
a la marea, perdiendo poco a poco lo que Hesse llamaba la marca de Caín, distintivo
invisible de los rebeldes, de los seres inquietos y “especiales”, la cual lucía
orgulloso en su frente.
Ya no había
nada de aquello.
Ahora ahí,
parado al borde del puente, algunos pensamientos aletargados escalan a su
entendimiento. Uno de ellos, un tanto amargo e irónico, le presentaba el
recuerdo de haber experimentado un fenómeno de iluminación.
Siempre había creído que la
iluminación era una sensación agradable, un salto a la plenitud, un roce con el
universo, y ahora, sabía lo insoportablemente abrumador de un pequeño destello
de la supuesta “Verdad”.
Síntomas
de depresión, le habían dicho. Qué simple es todo con los psicólogos. Un
proceso de las neuronas y los neurotransmisores, complicado y no probado del todo, provocaba
eso. Claro, los síntomas calzaban a la perfección. Y una medicación podría ayudar, pero
el sabía que había encontrado algo, que había visto el otro lado de la moneda,
y el precio era resolverlo o morir en el intento como ya había decidido.
Había
perdido un buen trabajo, por faltar, porque se entregó al sueño crónico, a no
comer, a las sábanas. Su mirada quedaba fija en la pantalla del televisor por
horas y horas.
Comía
muy poco, y fumaba exageradamente.
Pero aun y cuando puede
observarse muy sencillo y hasta trillado, la característica de comportamiento de
Enero, profundizando en ella existía una sutil particularidad.
El sabía qué era lo que ocurría,
porque como dije antes, había sido iluminado.
Esta iluminación le reveló como
operaba en su vida “las ganas”.
En
retrospectiva, se observó encerrado, en su cuerpo, en su mente y en sus
emociones, las vio literalmente como se ve una maquinaria compleja, funcionando
arremolinadamente sin orden alguno, cuando una de ellas gritaba con más fuerza,
surgían “las ganas” de hacer algo, moverse, levantarse, comer, fumar, tener
sexo, alegrarse, deprimirse, trabajar, escribir, dormir. Y entonces arrastrado,
se sentía moverse, y ejecutar lo que “las ganas” le dictaban.
Estaba
atrapado, sin un ápice de voluntad, pues en esa maquinaria descoordinada, veía
a esa voluntad lejos, muy lejos, sin lograr integrar de forma redentora,
alineando armónicamente la masa informe.
Después
de ésta visión alarmante, nada importaba.
Tal
vez pudo haber acabado todo, tal vez todo pudo haber recomenzado, también era
posible, que todo siguiera igual al estrellarse contra las piedras del
precipicio, tal vez simplemente pudo llegar a la conclusión, de que la macabra
ilusión, que era su vida, podía cambiar con un milagro. Pero nada de esto
ocurrió: saltar al abismo no iba a ser posible simplemente porque no le dieron
ganas.
Pablo Pérez Sibaja
2007
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